Ya lo veo salir triunfante,
entre la muchedumbre, en el puerto
con el ademán desmañado y silencioso de aquel que se despide
para volver en la tarde o en la noche,
con la misma mujer
al mismo bar
o al mismo muelle.
Anudo fuerte el alma al cuerpo,
y con el soplo gélido
-dibujando estelas en la madrugada-
empujo su barca,
que se abra la vela, y no le devuelva el tiempo.
Partieron las gaviotas en silencio.
Que vuele al fin, cimarrón,
sin volver atrás la vista:
Yo le salvo.
Plantaré para otros días
rosas de rizos blancos en mi tumba.
Para Samuel (1982-
2003)
(Laura Luna)
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